14-1-02
Después
de un tedioso día de trabajo, el cansancio infinito de la atonía vital permite
cumplir con la rutina alienante sin percatarse de que la realidad sea algo
distinto del ritmo deletéreo de las horas cansinas frente a los discentes ignaros,
fodolíes y lenguaraces. Se sale del tiempo de la palidez y la vista recorre unas
páginas amojamadas que no despiertan ni los sentidos ni la perspicacia ni la
curiosidad. Se sufre, eso sí, la lenta espera de la mujer nigeriana acusada de
adulterio, cuya condena, morir lapidada, hace estremecer, al tiempo que se
considera la fragilidad del bello discurso de la diferencia enriquecedora y el
respeto a la impagable diversidad cultural, ablación de clítoris de por medio.
De habas a habas, por bien cocidas que estén, hay trechos que salvaguardan la
ilusión de la libertad. Un lunes no predispone a consideraciones de ningún tipo
acerca de la realidad, ni siquiera tras repasar un mundo impreso cuyas
penalidades se repiten con un peligroso efecto narcotizador. El propio
Ducecosni, aun a pesar de la huelga de togas, pierde las aristas de su estampa
mussoliniana y no pasa de parecer lo que es, un bufón mafioso. Y parte del
circo es el susto de Bush al atragantarse con una galleta y casi morir
asfixiado: ¡graciosa muerte hubiera sido, para el maniqueo –pero no manco en
armas, a fe!- Vengador de las Gemelas! Al final del día, la llamada de Luis
para agradecer al Clonista un envío bibliográfico le depara un buen chiste: dos
patricios romanos hablan sobre los modos como castran a sus esclavos. “En mi
caso es bien fácil - dice uno de ellos-: con un buen par de piedras y ¡zas!,
listo”. “Uf, pero debe ser muy doloroso, ¿no?”, pregunta el otro. “Hombre, si
te pillas los dedos, sí...” Pues a veces la realidad no da más de sí, con o sin
piedras...